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economía espacial y el futuro que nos espera

mayo 7, 2025

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Cuando se piensa en la economía del futuro el escenario para Estados Unidos siempre conlleva un declive generalizado frente a China y la multipolaridad; sin embargo, hay elementos tecnológicos suficientes para considerar que Estados Unidos tiene la posibilidad de mantenerse en la esfera de liderazgo mundial no como una potencia unipolar, pero si disputando el liderazgo frente a China. En este escenario la figura del multimillonario consentido por la NASA, Elon Musk, cobra bastante sentido, ya que éste es clave dentro de las ambiciones económicas de Estados Unidos en la economía del futuro. 

Tal como ya lo advirtió Peter Diamandis, fundador de Planetary Resources, así como Neil deGrasse Tyson: “quien logre minar un asteroide y explotar sus recursos, será el primer trillonario del mundo” y es que el espacio contiene diversos recursos y oportunidades de negocio que podrían fomentar fuertemente las capacidades económicas de cualquier país en el futuro; sin embargo, para ello es necesario una panoplia de tecnología y estructuras especiales, las cuales están distribuidas en manos de muy pocos países y de forma muy desigual. 

Entonces, ¿qué actores internacionales están mejor preparados para aventajar en la siguiente frontera económica en la búsqueda de materias primas y oportunidades de negocio? ¿cuál es el papel de la economía espacial en el futuro de la hegemonía mundial? 

Para comenzar, en lo que respecta a la economía espacial, Estados Unidos ha consolidado una posición dominante, ya que ha logrado integrar sus capacidades tecnológicas, una legislación favorable y un ecosistema de innovación público-privada para proyectar influencia más allá de la atmósfera terrestre, controlando los segmentos más rentables del nuevo orden orbital: desde las telecomunicaciones hasta el monitoreo climático, pasando por el internet satelital, la navegación global y, cada vez más, la exploración de recursos.

En lo que corresponde a los satélites, Estados Unidos encabeza, por mucho, la lista de países que más satélites tienen en órbita, de un total de más de once mil satélites activos que orbitan la tierra, Estados Unidos cuenta con 8.3 mil satélites, lo que representa más del 70% de satélites en el mundo; frente a China con mil satélites, Reino Unido con 693 y Rusia con 322. Un dato muy revelador es que de esos 8.3 mil satélites, más de 7 mil pertenecen a la flota de SpaceX de Elon Musk, algo que lo sitúa como un actor relevante en la arena político-económica en Estados Unidos, así como en la geopolítica y la geoeconomía del futuro.

Es así como Elon Musk y su empresa SpaceX representan la cúspide de las capacidades espaciales estadounidenses, ya que, al reducir drásticamente los costos de lanzamiento y demostrar que la reutilización de cohetes no sólo era viable, sino rentable, SpaceX catalizó una transformación que ha beneficiado fuertemente a Estados Unidos y sus capacidades futuras, puesto que su constelación de Starlink no solo proporciona conectividad global, también crea una capa de dependencia digital hacia otros países.

Asimismo, lo más relevante de Estados Unidos no sólo es la cantidad, sino la capacidad de integrar estos activos a una visión más amplia de poder. Mientras que otros países —como China, India o miembros de la Unión Europea— avanzan con iniciativas estatales bien definidas, Estados Unidos ha logrado articular un ecosistema mixto donde confluyen la NASA, el Pentágono, empresas emergentes, fondos de inversión y universidades, generando una sinergia difícil de replicar, la cual se refleja en otras áreas como las estaciones o la minería espaciales. 

Y hablando de estaciones espaciales, Estados Unidos también domina en la tenencia de éstas, las cuales serán vitales para los negocios del espacio; desde el turismo espacial hasta la extracción de recursos, las estaciones espaciales serán un puente para el desarrollo de esta nueva economía; en este escenario Estados Unidos lleva la delantera con la Estación Espacial Internacional y las estaciones en desarrollo Gateway, Axiom Station y Starlab, haciendo de Estados Unidos el único país que tendrá más de una estación espacial, con dos de ellas privadas. 

De igual modo está la minería de asteroides, uno de los sectores más prometedores de la economía espacial; y es que es sabido que los asteroides cercanos a la Tierra contienen enormes cantidades de metales preciosos como platino, oro, níquel o cobalto, además de agua; algunas estimaciones sugieren que un solo asteroide metálico puede contener recursos valorados en cientos de miles de millones de dólares. 

En este contexto, empresas estadounidenses como AstroForge, TransAstra o Varda Space ya trabajan en tecnologías de extracción, procesamiento y retorno de materiales en microgravedad; además, a diferencia de lo que ocurre en otros países, estas iniciativas cuentan con respaldo legal: la Ley de Competitividad del Espacio Comercial firmada en 2015, la cual garantiza a las empresas estadounidenses el derecho a apropiarse de los recursos que extraigan fuera del planeta, algo singular en el derecho internacional, ya que éste establece que ningún país puede declarar propiedad sobre cuerpos celestes.

China también avanza pero con un modelo más vertical y estatal, con misiones destinadas a explorar posibles cuerpos minables, mientras que Japón se ha destacado por su liderazgo en el retorno de muestras con las misiones Hayabusa. Empero, ninguno de estos actores iguala la capacidad estadounidense para convertir proyectos experimentales en industrias escalables.

Y es que además Estados Unidos también mantiene el liderazgo en robótica espacial, ya que es el país que más robots espaciales tiene (10), mientras que Rusia y China apenas tienen 3 cada uno y Europa sólo uno.  

El poder geoeconómico de Estados Unidos en este nuevo escenario no se limita a la acumulación de satélites o contratos con el Departamento de Defensa, sino que también se expresa en la forma en la que el país impone marcos normativos, lidera estándares tecnológicos, acapara financiamiento de riesgo y concentra patentes. Esta capacidad no solo crea barreras de entrada para otras potencias, también condiciona la arquitectura futura de la economía espacial. 

En términos concretos, quien domine la órbita baja y los corredores de acceso a recursos extraterrestres —como la Luna o los asteroides— no solo controlará la infraestructura del siglo XXI, sino que establecerá las reglas de juego de una economía que podría superar el billón de dólares antes de 2040.